Aquella frase icónica de Buddy Bailey todavía se utiliza para describir a los Tiburones de hoy en día. El para ese entonces mandamás de los escualos aseguró que el equipo era «víctima del éxito de sus jugadores«, haciendo referencia a que los altos niveles alcanzados por los peloteros pertenecientes a la organización comprometían su participación en el beisbol venezolano.
Para ese momento, piezas como Salvador Pérez, Grégor Blanco, Francisco Rodríguez, Odubel Herrera y Yolmer Sánchez venían a la mente. Por estos días, también podemos agregar a Juan Yépez, Miguel Rojas y por supuesto, nada más y nada menos que a Ronald Acuña Jr.
¿Pero realmente es ese el caso en la actualidad? A este punto, parece más bien como que Bailey creó el escudo perfecto para que la directiva pueda bloquear los problemas reales del combinado.
Hablar de Tiburones y sus inconvenientes a lo largo de los años tomaría cientos y cientos de caracteres. La incapacidad de repetir buenos importados o de realizar movimientos fructíferos, la falta de compromiso con ciclos que parecían prometedores y la incompetencia para motivar a sus grandeligas a uniformarse en cada temporada, son de conocimiento masivo. Son temas que incluso ya aburren de tanto mencionarlos.
Por ende, en esta oportunidad trataremos de encontrar – cosa que no requiere de mucho esfuerzo – las razones por las que La Guaira llegó a la jornada de este domingo como uno de los dos peores equipos del campeonato.
Todos los huevos en una sola canasta:
Desde un principio, era evidente que los ejecutivos de la novena tenían previsto apostar por la sangre joven en la 2021-2022. Rafael Marchán, Maikel García, Juan Fernández, Lorenzo Cedrola, Ricardo Genovés, Kelvin Meleán y Brayan Rocchio cargaban con las esperanzas del combinado a sus espaldas.
Un equipo que pueda contar con cada una de esas piezas de principio a fin tiene grandes probabilidades de llegar lejos. Pero esto es la pelota invernal y tampoco es secreto para nadie que cuando se trata de promesas en el invierno, siempre tienes que tener un plan B.
¿Cuál era ese plan secundario para la directiva de Tiburones? No parecía haber ninguno a simple vista, pero quizás habría una sorpresa cuando algunos de esos noveles comenzaran a marcharse. ¿Algún acuerdo con figuras grandeligas de la organización para que ellos se hicieran cargo de rematar en la segunda mitad del torneo?
Marchán salió del roster por una aparente lesión hace varias semanas y no ha regresado hasta la fecha. Rocchio anunció que no seguiría con el club poco después de que Cleveland lo añadió al roster de 40. Fernández y Meleán reforzaron a la selección venezolana Sub-23 que participó en los recientes Juegos de la Juventud en Colombia y siguen sin reincorporarse.
En ese lapso, el conjunto ha venido en caída libre desde mediados de la tabla hasta el sótano. Tras romper una racha de siete reveses corridos el martes, los escualos cayeron en una nueva cadena adversa que alcanzó los tres duelos y que culminaron con un lauro en el segundo de la doble tanda contra Caribes el sábado.
¿Se sumó José «Cafecito» Martínez? Sí, ¿pero qué más? ¿cuál era la segunda parte de la estrategia?
Tiburones nunca tuvo un plan B. Juan Apodaca se divorció de la directiva y hasta pidió cambio. Heiker Meneses, uno de los pilares de la organización en los últimos años, fue cambiado a Anzoátegui por un lanzador cuyo paradero sigue siendo desconocido en José Quijada. ¿Qué es de la vida de Yolmer Sánchez?
Y entonces los platos rotos los paga Dennis Malavé. La queja constante de los aficionados era que el ex dirigente no tenía un lineup fijo, que no había continuidad en su estrategia día a día. En mi opinión, Malavé nunca estuvo conforme con estar a mitad de tabla. Sus alteraciones constantes en la alineación no eran debidas a inventos locos, sino a un intento por encontrar la formula correcta que llevara al equipo a la cima, donde todo capataz quiere estar.
Sin embargo, en cualquier liga de beisbol el mánager es el primero en pagar cuentas deudoras. Eso no me sorprende. Pero aquí vamos una vez más: ¿cuál era el plan B?
Perder a Malavé también significó dejar ir a José Moreno, quien hubiese sido una opción ideal para sustituirlo. Es muy posible que la directiva le haya ofrecido el cargo o por lo menos haya tenido las intenciones de hacerlo, pero la lealtad en esta disciplina es real y difícilmente el ex ganador del premio «Mánager del Año» aceptaría el puesto después de que cesantearan a quien lo incluyó en el staff en un inicio.
También significó perder a un coach de pitcheo con experiencia en Triple A, la antesala de las Grandes Ligas. Sí, el pitcheo litoralense fue un desastre bajo el mando de Rigo Beltrán, ¿pero había motivos reales para pensar que sería mejor sin él?
De ninguna forma se planea irrespetar a Jackson Melián y/o Enrique González (nuevo timonel e instructor de brazos, respectivamente), pero resulta imposible no cuestionarse si los ejecutivos escualos pensaron bien el movimiento. Quizás la presión de tantos años de frustración se apoderó de las oficinas, o peor aún, la indiferencia.
Tiburones no es víctima del éxito de sus jugadores, sino de la falta de planificación y estrategia de una directiva que al parecer incluso ha optado por ignorar a la prensa y sus solicitudes de declaraciones y explicaciones.
El beisbol venezolano sigue cambiando y los equipos continúan ajustándose a él. Todos menos uno. El único que tiene casi 40 años sin coronarse y que cada vez parece estar más y más lejos de hacerlo.
Tiburones, y sus aficionados, son víctimas de la incapacidad y desidia de quienes toman las decisiones. El tiempo así continúa demostrándolo.
Escrito por: Andrés Espinoza Anchieta | @AndresEspinoza
Foto: Cortesía Prensa Tiburones.