No todos los finales son felices

Venezuela terminó su peor actuación en una Copa del Mundo al perder con Finlandia (90-75). Se fue sin victorias de la cita por primera vez, quedó en el antepenúltimo puesto más bajo del torneo (#30) y cerró, al menos en parte, un ciclo, ya que no clasificó a los repechajes olímpicos del próximo año. Mirando la película principio a fin, un ciclo que fue el más exitoso en cuanto a resultados para la Selección Nacional.

El próximo gran evento al que se podría acceder se ve lejano: el Mundial de Catar 2027. En el medio, Clasificatorios a la AmeriCup (2023-2024), Clasificatorios al Mundial, AmeriCup (2025) y en unas semanas los Juegos Panamericanos de Santiago 2023.

Aunque no se ha oficializado ningún retiro, difícilmente continúe la mayoría de los jugadores que acudieron a este campeonato por encima de los 33 años. Seis de ellos los que se mantuvieron del primer título continental, el FIBA Américas 2015, y la vuelta a unos Juegos Olímpicos: Gregory Vargas, David Cubillán, Heissler Guillent, Néstor Colmenares, Windi Graterol y Miguel Ruíz.

Jhornan Zamora, presente en el primer título del bicampeonato sudamericano en 2014 y los últimos dos Mundiales, y Pedro Chourio, también parte de los dos veces mundialistas, completan la lista de «veteranos» con la que se presentó el combinado nacional sumados a Michael Carrera, Yohanner Sifontes, José Materán y Garly Sojo, el más joven a punto de cumplir 24 años.

Lastimosamente, la generación que «más alegrías le dio a Venezuela en los deportes de conjunto» concluyó su historia trazando un final triste y distante a lo que ella misma generó anteriormente. Puesto #30 sobre 32 participantes, la peor ubicación de su historial mundialista y también en proporción a la cantidad de equipos.

¿Se pudo hacer más?

Siempre se puede. Los dos partidos más «ganables» a priori después del sorteo se perdieron en el último cuarto, luego de haber obtenido una ventaja de doble dígito, siendo superados en los epílogos por 13 (22-9) ante Cabo Verde (81-75 el final) y 18 (33-15) frente a Japón (86-77).

Venezuela llegó a Okinawa con un solo jugador que rebasa los 2:00 metros de altura -saliéndose de las medidas algo abultadas que se dan en el portal FIBA normalmente-, como el equipo de mayor edad promedio y sin ningún elemento perteneciente al nivel de élite del baloncesto internacional, algo con lo que sí contaba cada una de las selecciones a las que enfrentó y se pagó en momentos claves.

Esta vez el triple, famosa «debiilidad» del quinteto venezolano en los últimos tiempos junto al factor altura, estuvo muy por encima de lo esperado de acuerdo a los bajos porcentajes de toda la gira preparatoria y eso ayudó a recortar distancias físicas ante Eslovenia (40%), Cabo Verde (37.5%) y Finlandia (46.9%), pero no alcanzó. No así con Japón (25.6%) y Georgia (24%).

La falta de resolución en media cancha, ante defensas más grandes y atléticas de las que está acostumbrada a enfrentar en América, provocó un mayor número de pérdidas que le permitieron a sus rivales correr la cancha, y sumado a no poder sostener la intensidad todo el juego -edad, rotación acortada por las lesiones de Michael Carrera y Gregory Vargas- la identidad defensiva de Venezuela no pudo ser la llave que le diera los resultados que le dio muchas veces.

Decisiones técnicas, como la reducida participación -apenas 10 minutos por juego- de Windi Graterol, el más alto del plantel, apostando por una escuadra más rápida y que genere más espacios con otro jugador en el perímetro pero perdiendo la poca presencia interior bajo el aro; o no llevar a un José Ascanio que se vio bastante sano siendo figura contra Jordania e Irán en las derrotas del Equipo Blanco jugando 32 y 30 minutos en días consecutivos, podrían haber pesado para esta actuación histórica por lo negativa, aunque tampoco eran garantía de un cambio significativo. Anthony Pérez, un caso aparte por varios motivos.

¿Y ahora?

Venezuela se acostumbró -o malacostumbró- a un lugar en el baloncesto FIBA (#17 del Ranking) que, poniendo la lupa, no le correspondía. La falta de estructura de competencias, desde el profesional hasta las formativas, con el desarrollo intermedio prácticamente nulo, y la ausencia de una escuela que coseche continuamente jugadores del más alto nivel era tapado por la química y garra que forjó este grupo, siempre se supo y siempre se disfrutó. Y un cambio del paradigma que fue un nuevo sistema de clasificación a Mundiales (más cupos y formato de ventana) favoreció a la realidad del plantel venezolano.

Ahora tocará ver qué trae una nueva generación de jugadores que han terminado -o terminarán- su formación en el extranjero -ninguno compitiendo aún en el top internacional-, además de talentos por encima de la media que se encuentran en el país. Que se incorporen a los «consolidados» como Garly -aún con trabajar para terminar de despegar como jugador de élite- Carrera, que le queda al menos un ciclo más a sus 30 años, Sifontes, Materán, Ascanio, Martínez y algunos de los experimentados que quizás estiren el chicle un poco más.

Esperanzas muchas, certezas muy pocas o ninguna. A ver. Esto solo pensando en el futuro de la Selección Nacional Masculina de Mayores, porque todo el globo que es el baloncesto nacional, es otra cosa mucho más amplia y difícil de transformar.

Escrito por: Santiago Aceituno R / @SantiAce23
Foto: FIBA

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