Tuve el mejor asiento para contemplar cada detalle de aquella noche. Las lágrimas de muchos aficionados, los señalamientos rencorosos hacia la caseta en la que se alojaba la directiva, los incansables lamentos. Desde las alturas del palco de prensa del Estadio Universitario de Caracas, alcancé a sentir la decepción que rondaba por mis alrededores después de ese último out.
Tiburones se quedó a las puertas de la fase decisiva, tras caer ante los Tigres en el séptimo juego de la semifinal en la 2015-2016. La sequía de títulos en la organización se extendía a 30 años.
Recuerdo bajar las escaleras del palco y comenzar la caminata tradicional por el anillo externo del estadio hacia la sala de prensa escuala, donde esperaríamos las declaraciones del para ese entonces dirigente del conjunto, Buddy Bailey. En el camino, había un niño, calculo de unos 10 años de edad y vestido de pies a cabeza con indumentaria salada, llorando en posición fetal.
Sabía que posiblemente él no estaba al tanto de cuántos años tenía el equipo sin ganar; o de pronto sí y lo estaba subestimando, pero lo que sí tenía claro es que, cuanto tiempo fuera que tenía siendo fanático del equipo, jamás lo había visto ganar un campeonato. Y eso justificaba su llanto.
Este 31 de enero, cuando se cumplen cinco años de aquella noche y 35 desde que el norteamericano Bryan Clark dominara con un rodado al campocorto al criollo Edgar Cáceres, para sellar la victoria de Tiburones sobre Leones en la final de la 1985-1986, el panorama es aún más gris.
Tan lejos como nunca antes:
La temporada más reciente de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional llegó a su fin días atrás, y La Guaira no figuró en la final; de hecho, ni siquiera alcanzó a clasificar a la postemporada. Durante la mayor parte del torneo, los litoralenses estuvieron en el sótano de su división y exhibieron el peor récord de toda la liga.
Tiburones no ha vuelto a lucir tan fuerte como se vio en esa semifinal que le arrebataron los Tigres, y aunque sus fanáticos han disfrutado de alegrías momentáneas desde entonces, como la contratación de un emblema del club como Oswaldo Guillén para que dirigiera al equipo o la culminación de una prometedora ronda regular que los vio cerrar de primeros entre los ocho equipos del circuito en la 2019-2020, todas han terminado en nuevas decepciones.
Hoy en día, el proyecto de Tiburones luce con bases más frágiles que nunca antes. Grandeligas que se rehúsan a uniformarse con ellos y que incluso arremeten contra el alto mando de la organización públicamente. Decisiones polémicas que han puesto en tela de juicio la existencia de un plan a futuro dentro del club, como el cesanteo de un Bailey que había colocado a la divisa en el mapa de contendientes nuevamente. Y la falta de lo que sea que le impide al club repetir a sus importados exitosos.
“Tiburones ha sido víctima de su propio éxito”. Esa frase de Bailey ha resonado en el seno de la afición salada por años. Pero en Tiburones ocurre algo más que eso. La frase puede aplicar para las estrellas como Salvador Pérez y Ronald Acuña Jr., que están en un nivel tan destacado que pocos de su pedigrí participan en la liga, sea con el equipo que sea.
Pero, ¿dónde están los Yolmer Sánchez, Yonathan Daza y Junior Guerra? ¿por qué ninguno jugó con La Guaira en esta pasada temporada, a pesar de sus limitadas actuaciones en los Estados Unidos en 2020?
Si la decisión final de no jugar fue de los jugadores, es más que respetable. Nadie aquí pretende colocar la participación en Venezuela como una obligación para peloteros que pasan tantos meses al año trabajando, y que tienen derecho a disfrutar de sus familias durante el invierno, así como de un descanso previo al reinicio de su ciclo laboral.
Lo que sí es una obligación de las organizaciones invernales es colocar frente a ellos propuestas que sean casi imposibles de rechazar. Evidentemente el punto de vista económico es importante, pero me atrevo a decir que la mayoría de ellos entiende que no se harán ricos a costillas de jugar en la LVBP.
Se trata de ofrecerles un proyecto que refleje las intenciones reales del equipo de contar con ellos y de ganar. Extenderles una invitación también a sus familiares, que son vitales para los peloteros a la hora de tomar la decisión de jugar o no en su país, de participar en una liga en la que además de cobrar un dinero adicional, también se puedan divertir.
Sin lugar a dudas, el tema de la pandemia sirvió de freno para muchos que quizás tenían algún interés por jugar y que, entendiblemente, a último momento prefirieron no arriesgarse. Pero, ¿por qué otros sí lo hicieron? No solo en Venezuela, sino en el resto de los circuitos del Caribe que contaron con varias de sus máximas estrellas.
Luminarias por todos lados:
Colombia tuvo a Donovan Solano y Harold Ramírez en su liga, mientras que Puerto Rico recibió a un futuro Salón de la Fama como Yadier Molina. ¿Qué decir de Dominicana? Que se dio el lujo de contar en su liga invernal con figuras de la talla de Fernando Tatis Jr., Robinson Canó, Yasiel Puig, Johan Camargo, Deivi García y Gary Sánchez, para nombrar a algunos.
En la LVBP, Tigres contó con Hernán Pérez y Navegantes con Renato Núñez, con todo y que la sanción de la OFAC sobre ambos conjuntos pudo haber asustado a cada uno, aún si no tenían contrato en las mayores al momento. Caribes tuvo a Williams Astudillo y Cardenales logró sumar hasta a César Hernández, fresco de ganar el Guante de Oro en la Liga Americana en 2020.
Si hay algún divorcio entre directivos y algunos de sus grandeligas, a pesar de que la organización escuala lo ha negado previamente, es hora de atacar el problema. Las Estrellas Orientales de la pelota quisqueyana crearon un puesto específico para Fernando Tatis padre, con la intención de que se encargara de servir de mediador con los ligamayoristas del club y los motivara a uniformarse con ellos.
¿Por qué no hacer algo igual en La Guaira? Quizás no se trate únicamente del tema monetario, sino de estar pendientes de los jugadores y sus familias en el transcurso de cada año, de renovar el amor de cada uno por su organización en Venezuela y de construir otra vez ese compromiso perdido de poner punto final a la horrorífica sequía.
Nadie pudo imaginar que aquellos Tiburones campeones, por segundo año corrido y que incluso asistieron a una tercera final al hilo en lo que fue la revancha de los Leones en la 1986-1987, pasarían tanto tiempo sin volver a levantar un trofeo. Así como nadie pudo esperar que cinco años después de esa reñida semifinal ante los Tigres, La Guaira luciría tan perdida y lejos de romper su maldición.
Son 35 años que amenazan con ser 40 en un abrir y cerrar de ojos. Todo dependerá de un proyecto que por ahora parece inexistente dentro de una novena que no solo es responsable de terminar con ese inmenso maleficio, sino también por las lágrimas derramadas por aquel niño, ahora hecho adolescente.
Escrito por: Andrés Espinoza Anchieta | @AndresEspinoza
Foto: Cortesía El Nacional.