Cardenales y Caribes: bitácora del primer careo en una final que se ha hecho tradición

Nunca voy a olvidar esa llamada. Estaba en la habitación de mi hotel en Barquisimeto, recién llegando de la cobertura del segundo juego de la final de la 2017-2018 entre Cardenales y Caribes. Todavía sudado y con los zapatos llenos de tierra, típico de quien llama “oficina” a un estadio de beisbol.

Antes de poder ducharme y finalizar los preparativos para tomar algunas horas de sueño previo al viaje de vuelta a Caracas en la mañana siguiente, sonó mi celular.

“¿Quieres ir a Puerto La Cruz?”, me preguntó Néstor Romero, fundador de este medio que llamamos Sports Venezuela, luego del respectivo saludo inicial.

Para poner a todos en contexto, cuando se me presentó la idea de cubrir la final, se suponía que serían solo los primeros dos juegos en el nido larense. Después de allí, regresaría a la capital y otro grupo de colegas tomaría el testigo en Puerto La Cruz.

Me disfruté tanto la cobertura de esos primeros dos choques entre indígenas y crepusculares, que una respuesta distinta a “claro” jamás saldría de mi boca. Así que después de que Néstor me dijera que cuadraría todo para incluirme en la camada que visitaría el “Chico” Carrasquel en tan solo dos días, y pusiéramos fin a la llamada, mi cansancio del momento se transformó en felicidad plena.

Tanto fue así que, en los minutos que duró aquella comunicación telefónica, olvidé por completo mis compromisos laborales con el otro medio para el que trabajaba. Había obtenido el permiso para cubrir esos dos primeros juegos, pero se suponía que después de eso estaría de vuelta en la redacción, en Caracas, para cubrir con ellos el resto de la cita desde la distancia.

Inquietud, pero nunca duda

Me preocupé por unos minutos, confieso que sí. Pero jamás me pasó por la cabeza llamar a Néstor y retractarme del “sí” que tan felizmente le había dicho. En su lugar, mi decisión fue que, al llegar a Caracas, iría a la redacción esa misma noche, explicaría la situación y ofrecería apoyar al compañero que ya tenía previsto cubrir las incidencias de la finalísima para ellos.

Estaba tan decidido a ir a Puerto La Cruz que, de haber obtenido una respuesta negativa, estaba más que decidido a poner mi carta de renuncia. No se trataba de un tema de rebeldía, sino más de una meta profesional. Después de unos siete años en el medio, la mayoría de mis compañeros ya había cubierto por lo menos una final, y en mi currículum había cero.

Gran parte de eso se debía a que cubría a los Tiburones a tiempo completo, y ya todos sabemos que no han sido muy exitosos en los playoffs por un buen tiempo. Recuerdo que dos temporadas previas a aquella final, en la 2015-2016, La Guaira lucía embalada hacía la etapa culminante. En lo personal, es lo más cercano que he visto a un equipo escualo de ser candidato claro al título en la última década, incluso más que en la final que perdieron con los Tigres en la 2011-2012.

Los muchachos de Buddy Bailey llegaron al séptimo juego de la semifinal en esa campaña, justamente frente a Aragua. Pensé que mi momento de cubrir una fase decisiva finalmente había llegado, pero La Guaira terminó perdiendo ese juego y fue Tigres quien avanzó, junto con mi compañero encargado de seguir a los bengalíes.

La idea de emigrar ya estaba latente en mi cerebro, así que no podía perder muchas más oportunidades. Por fortuna para mí, pues si bien tenía disposición de renunciar, nunca fue mi intención terminar abruptamente mi relación laboral con ese medio que tanto me brindó como profesional y como ser humano, aceptaron mi propuesta y al día siguiente estaba en Maiquetía para tomar el vuelo hasta PLC.

Una experiencia extraordinaria

El resto de esa final fue tan magnífica como los primeros dos encuentros. Cubrir sin compañía el par de duelos iniciales de la cita fue un reto interesante y me lo disfruté a más no poder, pero siempre hay algo especial que trae consigo el trabajar con amigos.

Fue una aventura desde el mismo inicio, pues quién sabe cuántas horas tuvimos que esperar en el lobby del hotel en Puerto La Cruz hasta que finalmente nos dieron acceso a las habitaciones. Recuerdo claramente las laptops, cámaras y demás equipos regados en un banco largo que nos sirvió de sala de redacción mientras esperábamos.

Cuando por fin nos asignaron los cuartos, básicamente nos aseamos, dejamos el equipaje y tomamos un taxi hasta el “Chico”. Otro momento inolvidable que también había vivido hace un par de días atrás en Barquisimeto: conocer un nuevo estadio de la LVBP.

Los días siguientes en PLC fueron mucho menos estresantes. Ya la sala de redacción previo a los juegos no era aquel incomodo lobby, sino los alrededores de la piscina del hotel. Se incorporaron los colegas de otros medios, buenos amigos, y realmente sentí que estaba viviendo lo que siempre quise.

Algo que recuerdo muy bien fue cuando estábamos rodando de regreso a Caracas después del quinto choque, para tomar carretera al día siguiente rumbo a Barquisimeto. Ya no tenía ropa limpia y estaba seguro de que el viento capitalino no me iba a hacer el milagro de secarla durante la madrugada. Llamé a mi papá en la vía y le pedí que hablara con una tía para que nos prestara su secadora, cosa de que todo fuese cuestión de llegar, lavar la ropa, ponerla a secar y luego de vuelta en la maleta.

Así fue, y al día siguiente volvimos a la tierra de la Divina Pastora. Esa noche Caribes se coronó campeón por tercera vez en su historia, frente a un repleto Antonio Herrera Gutiérrez. Confieso que estaba ligando a Cardenales en esa velada, no por algún fanatismo en particular, sino porque quería un séptimo compromiso. Y ya después de eso, que ganara quien tenía que ganar.

Agradecimiento antes que nada

Pero no podía quejarme. La vida ya había sido más que generosa conmigo durante esa cobertura. Después de todo, como mencioné antes, se suponía que mi trabajo debía finalizar después de dos rounds. Terminé sacando cuatro adicionales, así que tenía que sentirme afortunado.

Esa primera final entre Caribes y Cardenales siempre será especial para mí. Por eso, este año, cuando van a su tercer careo en etapas culminantes, los recuerdos de lo vivido hace tres años han regresado para llenarme el alma.

La cobertura de una final es extenuante. Para nosotros fue un maratón que no solo implicó viajar de Barquisimeto a Puerto La Cruz, sino que antes de cambiar de un destino a otro, siempre pisamos Caracas primero, por alguna razón que la verdad no recuerdo en este momento. Al final, entre carro y avión, terminamos cambiando de ciudad siete veces en poco más de una semana.

Pero el maratón, el estrés, la preocupación por la ropa, la interminable espera en el lobby del hotel en PLC, los recorridos en los que nos turnábamos el puesto de adelante del carro porque nadie quería ir apretado en la parte de atrás. Todo eso lo tomaría de nuevo. Todo. Una y mil veces.

Más tarde ese mismo año se concretaría mi otro plan, el de emigrar. Partí de Venezuela a finales de octubre, por lo que, en efecto, aquella terminó siendo mi última oportunidad de cubrir una final de la liga venezolana de forma presencial, cuando menos por ahora.

El agradecimiento que siento de haber tomado aquel chance solo palidece en comparación con el que tendré siempre con Sports Venezuela por ofrecerme la oportunidad. Hoy, lejos de mi país, estoy de regreso en esta casa después de algunos años de ausencia del periodismo en general y listo para llevar las incidencias de un choque final que se ha convertido en tradición en este último lustro.

Que gane el mejor, pero sea quien sea el campeón, por la satisfacción de quienes tendrán el placer de cubrir esta serie final en persona, ojalá que llegue a siete juegos.

Escrito por: Andrés Espinoza Anchieta / @AndresEspinoza

Foto: Sports Venezuela

Botón volver arriba