La ruta hacia el Estadio Universitario de Caracas tiene que ser una de las primeras que quedó estampada en mi memoria. Tuve la fortuna de nacer y criarme en Santa Mónica, zona vecina a Los Chaguaramos, donde se encuentra el histórico parque que sirve de casa para los Leones del Caracas y los Tiburones de La Guaira.
Caminando, en carro propio o con el hoy en día casi extinto Metrobús, sabía de memoria todos los caminos para llegar al recinto de la UCV. A veces, mientras estaba en Lima, ciudad a la que emigré a finales de 2018, me imaginaba en el recorrido desde la Plaza de Las Tres Gracias o manejando mi carro frente a la Universidad Bolivariana, allí en la cuadra que inicia con el McDonald’s. Siempre rumbo al estadio.
Por más de cuatro años no estuve ni cerca de esos caminos. El Universitario como tal solo podía verlo a través de fotos y una que otra transmisión que alcanzaba a ver, únicamente por algunos minutos. Pasar por el Estadio Monumental de Lima, como hice en tantas oportunidades durante los últimos años, solo me traía recuerdos del parque deportivo más emblemático de mi ciudad.
Y justo por eso, cuando regresé a Venezuela el pasado 8 de diciembre, sabía exactamente a dónde quería ir tan pronto como fuese posible.
En el camino del aeropuerto a la casa, me puse al día con un gran amigo de la infancia que tuvo la gentileza de esperar por un vuelo que terminó llegando en la madrugada a Maiquetía.
Hablamos y hablamos, hasta que llegó el tramo de la autopista en el que rodeas el Universitario. Allí me tomé varios segundos, quizás un minuto, para admirar el lugar en el que fui feliz de niño, adolescente y adulto. Como fanático, periodista y reportero.
La bienvenida en la despedida:
Pasaron cinco días hasta que pude regresar al estadio. Mucho más de lo que pensé cuando venía en camino al país. Pero el momento fue justo.
El día anterior, otro gran amigo me dejó saber que el martes 13 de diciembre sería el último juego de Eugenio Suárez con el Caracas. No alcancé a ver a Gleyber Torres, Ronald Acuña Jr. o Andrés Giménez. Tenía que ver a «Geno».
Entre tantas formas que utilicé para ir al Universitario previamente, en esta oportunidad terminé optando por una de las menos familiares: un taxi, que por cierto se medio perdió en el camino, por irónico que pueda sonar ahora.
Al final, esas pequeñas vueltas de más que dio el señor terminaron siendo pinceladas para que mi historia de regreso a la UCV fuera todavía más épica. El primer turno que vi sentado en el Universitario, mi casa, por primera vez en cuatro años, fue justo de Eugenio Suárez. Y fue un tablazo con dos en base que cayó bien lejos en las gradas del center-left.
El recibimiento fue tan especial, que hasta baño de cerveza me salió. En un juego en el que asistieron poco más de 3.000 personas, según la información oficial de Leones. Increíble. Quizás en situaciones normales no lo hubiese disfrutado, ¿pero en mi primer juego en tantos años? Fue un lujo más que me regaló el beisbol venezolano.
La pasé estupendo. A lo mejor la emoción tuvo algo que ver, ya lo descubriré en los próximos juegos a los que asista, pero encontré el Universitario mucho mejor de lo que esperaba. La LVBP, y ese estadio en particular, tienen un gancho que no puedo explicar. No importa lo que pase, la situación en la que esté o la condición de mi visita, siempre será un gusto entrar y ver esas tribunas, ese terreno y esas gradas con El Ávila de fondo.
Gracias a la vida y a uno de mis mejores amigos por permitirme regresar a mi casa beisbolera. Gracias a la LVBP por mantenerse de pie pese a tantas trabas. Gracias a Eugenio por semejante bienvenida (en su despedida). Y hasta gracias a quien sea que lanzó esa cerveza helada.
Siempre recordaré el camino al Universitario. Y ahora siempre recordaré también el día de mi regreso al estadio.
Escrito por: Andrés Espinoza Anchieta | @AndresEspinoza
Foto: Cortesía Prensa Leones.