Trazas históricas: Leonardo Sierra, depredador en la infaltable trepada a La Grita

Así como Ricardo Neftalí Reyes Basualto gestó durante el primer cuarto del siglo pasado en los costados de su Cantalao en Isla Negra su fraseo poético para sedimentarlo luego como Pablo Neruda y Gabriel García Márquez echaba al vuelo las mariposas amarillas del realismo mágico en su Macondo del alma, con resguardo de las distancias, la Vuelta al Táchira, desde que enterró el arado para sus primeros surcos en la montaña andina, encontró en La Grita su Atenas, para convertirla en su estancia, meta única y obligada en poco más de medio siglo de existencia.

La Atenas tachirense es conocida así desde que la bautizara hace más de una centuria el 1 de agosto de 1915 la poetisa Josefa Melani de Olivares al momento de pronunciar el discurso cuando la escultura en bronce florentino de Monseñor Manuel Jáuregui con dos niños, “el pobre y el rico”,  era elevada inicialmente sobre un pedestal de mármol de carrara  para quedar como emblema en la plaza que lleva el mismo nombre.

Nicho obligado

La Grita, aprisionada por el verdor y el aroma de la montaña, en el tiempo se ha convertido en nicho obligado del giro tachirense al ser, salvo San Cristóbal, meta ininterrumpida en el historial de la carrera. Allí, es verdad, sólo se posan los que tienen garra y coraje para desafiar ese puñado de escaleras que conducen hacia entrañas infinitas con puerto asfixiante a una altura de 1.500 metros sobre el nivel del mar y premio final de quedar incrustado en los paladares de los Dioses del Olimpo.

Primera trocha

El primer camino, la primera trocha hacia La Grita en el andar de la cincuentenaria carrera por etapas, lo trazaron tres guerreros colombianos: Hernando Gómez, Martín Emilio Cochise Rodríguez y Álvaro Pachón Morales, quienes después de cruzar en ese orden el páramo del “zumba que zumba”, El Zumbador, por la fiereza de sus vientos, huella registrada como el primer pico montañoso de la contienda, enfilaron hacia El Cobre y luego La Quinta, para posarse en la ciudad que años antes cobijó tertulias poéticas en la casona de Isaura y la estancia donde la educadora María Duque ilustraba a sus discípulos de acuerdo al bosque de registros historiográficos de Néstor Melani Orozco en el suplemento Flash del diario De La Nación en su edición del domingo 22 de febrero 2015.

Gómez, fugitivo en solitario desde el kilómetro nueve, desfalleció en los cinco finales, Cochise fue víctima de un pinchazo que lo alejó seis minutos y Álvaro Pachón redondeó la faena al ser primero en La Grita.

Pioneros colombianos

Catorce años antes, con permanencia en las bocanadas históricas del ciclismo organizado, Jorge Vitar y Jorge Lozano, dos ciclistas colombianos con muchas disputas en los parajes tachirenses, se convirtieron, en ese orden, en los primeros en enfrentarse a la ruda y encrespada cima de El Zumbador el sábado 24 de julio de 1952 cuando dominaron casi a su antojo las disputas del Clásico (San Cristóbal-La Grita) en honor de las Fuerzas Armadas Nacionales, venciendo a los tachirenses José Abel Becerra y Pedro Máximo Pérez, tercero y cuarto en la meta.

Sierra cuadruplica

En lo estrictamente deportivo, al pergeñar las páginas del tiempo en el intento de fijar íconos, Leonardo Sierra, salido de la montaña maporaleña en los reductos merideños, es figura rutilante al ganar allí en cuatro oportunidades.

Sierra, mozuelo, imberbe, sereno y siempre sonriente en el pelotón, empujado por la fuerza de su juventud y las condiciones que edulcoran a los grandes, encontró en las laderas de El Púlpito, cúspide de mayor calibre en la geografía tachirense, sus aliadas en las que dejó un “sepulcro de víctimas” luego de triturar con su pedaleo demoledor, maléfico, diabólico e incombustible a sus enemigos.

Trepador fiero

En los linderos de los Humogría asumía Sierra salvajemente la trepada hacia La Grita. Era artero e implacable con sus rivales al devorarlos a dentelladas, condiciones natas que, como un ebanista talló en las laderas europeas, especialmente en Aprica, trepada en la que marcó un hito al rotular su nombre como el primer venezolano que conquistaba una fracción en el mítico Giro de Italia. Así, entre cima y sima, entreverado como un depredador por sus violentos ataques en ráfagas, al pie del acantilado natural tejió su gloria frente a las cristalinas aguas del Río Grita, ese que también baña las almas de sus moradores y actúa como elixir de los dioses.

Metodología repetida

Erguido sobre sus pedales, en los alrededores de Seboruco soltaba el primer e incontenible aluvión de fuerzas sobre sus enemigos, quienes, mellados en sus condiciones resistían penosamente hasta quedar exhaustos en La Quinta, división geográfica que marcaba en definitiva el camino al Olimpo.

Bajo esa metodología, en poco más de medio siglo, cuatro victorias en la prueba tachirense que, amalgamada, en conjunción de fuerzas y virtudes con la Atenas del Táchira, han podido trasegar los caminos del tiempo y de la historia.

Escrito por: Frank Depablos Useche / @Frankdepablos1

Foto: tomada de Facebook

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