A ti, porque te extraño.
Te escribo y te escribiré siempre en cada fecha importante; o cuando mi corazón haga pataletas porque te extraña.
Te he visitado desde niño. Hacía mis colas en el estadio de madrugada. Si no conseguía entradas, le vaciaba la billetera a los revendedores, algo que hoy en día no haría al saber el daño que causan, pero de lo que no me arrepiento porque quién sabe cuántos recuerdos menos tendría de haberme abstenido.
Cuando mi papá me dio el visto bueno para comprar el abono, pasé a hacer la cola en el C.C. El Recreo.
Esa fila era un poco más gentil, pero tampoco tanto. Nada como la satisfacción de tener ese carnet. Era como tener la llave de la felicidad.
Antes de los juegos, veía desde las tribunas a los periodistas salir del terreno, después de hacer la primera parte de su trabajo, y subir las escaleras del estadio hacia lo más alto en el palco.
Los envidiaba, sanamente.
El carnet de abonado ya no era el que me quitaba el sueño, sino el que colgaba del pecho de quienes cubrían la pelota para vivir.
Con el tiempo lo conseguí también, y me di cuenta de que esa era la verdadera llave de la felicidad.
Extraño mi rutina de llegar temprano al estadio y bajar al terreno a esperar declaraciones frente al dugout. Extraño ver a la gente comenzar a llenar las tribunas.
Extraño ese «big game feeling», pero también la tranquilidad y el relajo de los juegos menos trascendentes.
Extraño enormemente disfrutar el trabajo de mis sueños, en el lugar de mis sueños, con mis mejores amigos.
El beisbol venezolano me ha dado algunos de los recuerdos más hermosos de mi vida y siempre, siempre, amaré su inauguración, y mientras me toque verla de lejos, se me hará este nudo en la garganta.
Feliz «Opening Day», liga de mis amores.
Por Andrés Espinoza | @AndresEspinoza en Twitter
Foto cortesía de Tiburones