En el candil de la historia, Maestro Héctor Alvarado, gracias. Frase, tal vez, simple, taxativa para un personaje del deporte venezolano que de verdad ha sido extremadamente humilde en su desempeño, aunque rico en proezas, hechos, conquistas deportivas y mejor, dotado de grandes virtudes, todas como ser humano, tareas que hoy, por apenas veinticuatro horas, para luego volver a transponer horizontes, se estacionan, como pocos, en sus 100 años, una centuria, un siglo de existencia y allí, en ese trasluz, la contraparte de lo simple: la grandeza de todo lo vivido, mejor aún, las hendiduras, huellas que ha dejado en su magnánimo transitar.
El aliento contenido de los últimos días, expectativa por la fecha y pandemia incluida, tiene ahora su momento de fulgor, resplandor que brotara el 26 de enero del siglo pasado, 1921, cuando en linderos barquisimetanos, parcelas de tierra y bahareque, delineados en ese entonces como Paya, sector referenciado en el presente en las coordenadas de la carrera 17, alrededores de la avenida Vargas, nace Héctor Vinicio Alvarado, correspondiéndole más adelante, en medio de los tantos y confusos millones de ahora, la cédula de identidad 45.034.
Al rebasar la primera veintena de años del siglo anterior, Barquisimeto, comercial, bucólica, expectante por la explotación petrolera, sentía en sus entrañas la comidilla por la fundación (13 de febrero de 1921) del Centro Social, que con fuerza telúrica procedente de El Tocuyo y Carora, venía a hacer contraparte al Club Unión, forjado en 1905, con vida extendida hasta 1939.
Gracias Maestro viajero
Ese rasgo social, distendido, algunas veces asociado y sesgado por lo político, otras características de su ciudad natal, no pudieron ser apreciadas por Héctor Alvarado al ser llevado a temprana edad, tal vez en el Ferrocarril Bolívar, a Puerto Cabello, ciudad fortín arrellanada en uno de los recodos de la extensa costa venezolana, en la que, inscrito durante cuatro años en la Escuela Maestro Muskus pudo trazar y silabear sus primeras letras.
Un segundo aventón lo lleva a las franjas que se empina el Ávila, cobijarse en los techos rojos de La Pastora, donde, en uno de los primeros escalones del segundo decenio de los 100 años vividos, tuvo que agitar por necesidad las aspas de la fuerza laboral, para convertirse sobre una pesada bicicleta, flaco y asmático, en repartidor, profesión que abrazó primero en la firma Competidora Caracas, luego en la Farmacia Carvalho y finalmente, llevado de la mano por su dueño Tomás Solórzano, en la Sastrería Caracas.
Gracias Maestro por seguir al ídolo
El constante ir y venir por la señorial y antañona Caracas de los años 30 montado sobre su bicicleta de reparto reforzó condiciones y ánimo para retar a sus compañeros de brega. En rivalidad permanente con Víctor “Paticas” Fernández, los derrotó infinidad de veces, triunfos que, alimentados por el seguimiento periodístico voraz al ídolo de la época, Teo Capriles, lo llevaron, con fe, constancia, osadía, aunque temeroso, el 23 de octubre de 1938 a alinearse en la meta de salida de una carrera de aficionados.
Capriles, en el tiempo, séxtuple campeón nacional de ruta individual, poco antes del debut de Alvarado en pruebas oficiales de ciclismo, inquieto y andariego, después de su fracaso por asistir a los Juegos Olímpicos en Berlín (1936) ante la inexistencia del Comité Olímpico Venezolano (COV), avasallante, encabezó las delegaciones criollas, ciclismo, que dominaron con amplitud la IV edición de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en febrero de 1938 en Panamá y la edición inicial de los Juegos Bolivarianos en agosto de ese mismo año en Bogotá, Colombia.
Gracias Maestro por sus ilusiones
El segundo puesto obtenido arriba de una bicicleta semiprofesional que había adquirido en cómodas cuotas semanales de cinco bolívares hasta completar los 150 de su costo total, le pobló a Alvarado el cuarto de las ilusiones y esperanzas. Hizo ebullición en él la sed, hambre, ganas de competir, triunvirato de ansiedades que pudo desarrollar con frenesí en una trayectoria que se extendió hasta 1951, casi siempre con el protectorado de Rodolfo Selle, vendedor de bicicletas en la Caracas que lo había cobijado años antes, y quien, en tributo a la segunda posición del larense, le obsequió una bicicleta a estrenar marca Diamant, con la que encauzó sus dichas y desdichas en los años siguientes.
Gracias Maestro por su afiliación
La gratitud, vocera indescriptible de lo recibido, no es ajena en el tránsito de Héctor Alvarado de la mocedad a la adultez. Selle, husmeó las condiciones del larense y luego del obsequio de la bicicleta procedió a la fundación del CC Diamante y alineó en primera fila a Andoni Ituarte, Víctor “Paticas” Fernández, José Prudencio Díaz y, por supuesto a Héctor Alvarado, cuarteto dirigido por Allegro “el viejo” Grandi, que se constituyó en uno de los mejores de Venezuela en la persecución por equipos.
A la par, en premonición de la frase célebre: “pisteros son ruteros y ruteros son pisteros” que más adelante pregonara el campeón olímpico (Roma 1960) de ruta individual y posterior entrenador de la selección de su país, el ruso Victor Kapitonov, Héctor Alvarado y Víctor “Patica” Fernández, en dominio absoluto sobre sus rivales, se repartían los triunfos en las carreras dominicales.
Gracias Maestro por la cosecha
El ascenso de Héctor Alvarado fue vertiginoso. Antes de cumplir el año oficial en el mundo de la competición pedalera regida por la Federación Venezolana de Ciclismo (FVC), el 23 de septiembre de 1939, osadamente, como integrante de la tercera categoría entró a forcejear en la puja final con Pedro Aladé por el título nacional de ruta individual, pulsada que perdió por escasos segundos, centímetros, acción valiente, atrevida, corajuda que inmediatamente lo llevó a instalarse en la primera división y asumir así retos de rango internacional.
Al año siguiente (1940), marcha indetenible en el sendero de los éxitos, la foja del larense se abulta y en sus manos, el título nacional de la persecución individual, además de las segundas posiciones en fondo y velocidad.
Gracias Maestro por incursionar
En la primera aventura internacional del ciclismo criollo luego del sudamericano de 1938 en Santiago de Chile, Héctor Alvarado, en escalada brillante, increíble, enero de 1941 en Montevideo, estaba al lado de Teo Capriles, su ídolo.
Ambos, en el óvalo de Montevideo, junto a otro grupo de pedalistas más ocuparon la tercera plaza, luego de Argentina y Uruguay, que se adelantaron en el podio. Las mejores actuaciones, segundo lugar, correspondieron en esa oportunidad a las escuadras que intervinieron en la prueba de fondo (por equipos) y la persecución colectiva.
Esa incursión resultó la primera de talla internacional para Alvarado, convirtiéndose en el primer pedalista guaro en apuntalar selecciones nacionales en pruebas en el exterior. Orgullo para el oriundo de Paya.
Gracias Maestro por el oro
El estallido de la II Guerra Mundial, acorraló las disputas deportivas internacionales. Venezuela no escapó a esa terrible verdad, lo que limitó las acciones de Alvarado, retomadas en diciembre de 1946 al incursionar, navidad incluida en la costa colombiana, Barranquilla, V Juegos Centroamericanos y del Caribe.
El nudo de la nostalgia por la navidad pudo desatarlo con oleajes de alegría porque junto a Víctor “Paticas” Fernández, Luis J. Rodríguez y José Prudencio Díaz atenazó el oro en la persecución por equipos. Fernández agregó más emoción a las filas criollas al batir a los colombianos en la ruta individual en la que el larense, clasificación colectiva, consiguió medalla de plata al lado de su ídolo, Teo Capriles y Luis J. Rodríguez.
Alvarado remató 1946 de manera brillante, porque a lo conseguido en Colombia anexó ejemplares actuaciones como campeón de las Antillas para ser designado “Ciclista del Año” por la FVC.
Gracias Maestro por no ceder
La rivalidad solapada Alvarado-Fernández, extendida desde los tiempos de repartidores, como lo dejara entrever en una oportunidad el oriundo de Paya, creó un poco de abulia en el pelotón, característica reflejada en los aficionados, hasta que un día de 1946, al lado del periodista Simón Benito Rodríguez, el célebre Mr Fly, y su compañero de brega Luis B. Rodríguez, forma trinchera aparte al registrarse en las filas del recién creado CC Venezuela, institución guerrera, firme en las luchas dirigenciales y batalladora en la carretera.
Con el CC Venezuela, Héctor Alvarado, superada la nostalgia al haber dejado las filas del Diamante, anidó grandes triunfos e incursiones.
Gracias Maestro mundialista
Teo Capriles, en marzo de 1935 deslumbró por su superioridad en la I Vuelta a la Laguna y, ante el desborde de participantes, obligó a los dirigentes a la rápida creación de la Federación Venezolana de Ciclismo en mayo del 36.
Un trujillano, ciclista, Julio César León, en los Olímpicos de Londres en 1948 irrumpió como el primer atleta criollo en la cita orbital. Capriles lo había intentado sin éxito en Berlín (1936).
La primera incursión venezolana en un Campeonato Mundial de ciclismo se dio en la ciudad danesa de Copenhague (1949). Héctor Alvarado formó parte del preseleccionado junto a Andoni Ituarte, Prudencio Díaz, Ricardo López, Enrique Rodríguez, Miguel Chirinos, Jorge Hinestroza, Amable Corral y Quintín Rivero.
Un año después (1950), orgullosamente, en el combinado criollo, enjuto, pero erguido, con tarea específica, en otra traza histórica, estuvo Héctor Alvarado, acompañado de Jorge Hinestroza y Andoni Ituarte, quienes se pagaron su viaje. Simón Rodríguez acudió como delegado.
Gracias Maestro por el buen cierre
La extensa hoja de servicios del maestro Héctor Alvarado luce interminable. Sin embargo, él mismo la acorta después de los III Juegos Bolivarianos celebrados en diciembre de 1951 en la ciudad de Caracas, oportunidad aprovechada para inaugurar el velódromo que posteriormente llevó el nombre de Teo Capriles. Junto a Luis Toro, Rafael Ramos y Danilo Heredia, en Caracas, consigue la medalla de plata en persecución por equipos.
Antes, en febrero de 1951, recién cumplidos los 30 años, el nativo de Paya en Barquisimeto integró la cuarteta persecutora, además fue director técnico del seleccionado criollo que le reportó bronce a los colores patrios en la edición inicial de los Juegos Panamericanos en Buenos Aires. La otra medalla, plata, la aportó el boxeador Alí Mantucci, al imponerse en el combate final al argentino Ricardo Gonzales en la división de los 54 kilos (gallo).
Orientación y vocación
Antes del viaje al Mundial de Bélgica, en una de las sesiones ordinarias de la Federación Venezolana de Ciclismo (FVC), julio de 1950, con Justino Pelayo como presidente, Armín Cameron, secretario de actas propuso el envío de Héctor Alvarado a la cita ecuménica como “premio estímulo” por su buen desempeño como deportista y “con el fin de que se asesore en el concurso mundial para una futura actuación de entrenador pro Juegos Bolivarianos de 1951 en la ciudad de Caracas”, en lo que no dejó de ser el paso inicial de una ardua tarea, labor que devino en desboque de servicio, bien común, en los años futuros como forjador de talentos, encauzados en primera instancia en la Escuela de Ciclismo que fomentó en Caracas junto al trujillano Antonio Montilla bajo la guiatura del entrenador italiano Guido Acosta y posteriormente en Barquisimeto en la Escuela Central (1976).
El Maestro recoge la siembra
La tarea asumida como ductor de los seleccionados criollos, oficial desde 1960, no se detiene, todo lo contrario se acentúa y empieza a marcar hitos, como el de 1963 en el circuito brasileño de Interlagos cuando condujo al carabobeño Gregorio Carrizales al significativo triunfo, primero en la historia, en la prueba de ruta de los Juegos Panamericanos.
Carrizales batió, con gallardía, temple de acero, portento de condiciones atesoradas en fuerza y velocidad en la recta final de trescientos metros a cinco uruguayos, acallando las estridentes voces de los locutores orientales, quienes daban por descontado el triunfo.
Alvarado guió en ese momento a Armando Alvarado y Silvio Rodríguez, quienes pudieron completar el recorrido de 175 kilómetros, además de Ramón Guillén, Domingo Rivas y Víctor Chirinos.
Gracias Maestro dicen los gochos
El ciclismo tachirense, organizado y afiliado a la Federación Venezolana de Ciclismo desde 1950 también fue cobijado por la bondad y sapiencia del Maestro Alvarado en sus años iniciales y luego, al menos otras cuatro veces más veces más para ayudar a bocetear, asesorar acontecimientos patrimonios de los gochos, Vuelta al Táchira y Mundial de Ciclismo 1977.
Con osadía, en plan de avance, después del debut poco exitoso en 1951 en pruebas de carretera con Mario José Duarte y Carlos Enrique Quintero, un par de años después el atrevimiento es mayor al enfrentar los desconocidos peraltes del velódromo Teo Capriles en Caracas.
Allí, totalmente absortos, obnubilados, recibieron sus primeras instrucciones, Pedro Maximino Pérez, Luis Somaza, José Fermín Casanova, Guillermo Lécaro y José Abel Becerra, en la distancia, único sobreviviente, quien precisamente referenció el hecho con frase llana y un silencio prolongado, orgulloso, como queriéndolo decir todo: “Nos recibió, nada y nada menos que un señor llamado Héctor Alvarado”.
Becerra, ciclista fiero y tenaz en las luchas frente a colombianos en la década de los años 50, en los cien años del Maestro Alvarado también quiso hacer llegar sus palabras de agradecimiento.
Maestro sin egoísmos
“Estimado Héctor, sé que en tu larga vida muchos ciclistas a quienes les ayudaste con tus consejos, sin egoísmo y con sapiencia, te recuerdan con cariño, yo soy uno de ellos. En el año 1953 nos ayudaste en el campeonato nacional de pista donde participó el equipo gocho por primera vez sin haber visto un velódromo y menos el tipo de pruebas que se desarrollarían, tus consejos y tu dirección nos hicieron menos difícil esta experiencia. Recuerdo que la primera prueba fue el kilómetro contra reloj y fui el primero en hacerlo y tú me diste la partida”.
El mejor de los 99 anteriores
“Por tus enseñanzas muchas gracias Héctor, que tu cumpleaños sea el mejor de los 99 anteriores. Sé que soy una semilla más de las que sembraste y con 15 años menos que tú, solo le pido al Creador que me permita vivir esa maravillosa experiencia de cumplir 100 años y haber dejado un bello recuerdo como tú en las generaciones con quienes compartiste tus conocimientos. En mi nombre y en el de todos los que aprendieron algo de ti, en especial ese equipo gocho que vivió esa maravillosa experiencia, gracias y feliz cumpleaños”.
Gracias maestro por el legado
Maestro Alvarado, para usted la felicidad de cerrar este primer siglo es grande. Para nosotros, resumir en detalle toda su tarea, labor, camino recorrido ha sido difícil. Son muchos los apuntes, unos se quedan en el tintero, otros, tal vez, en el olvido, franja en la que no puede caer su tangible y elogiable legado, con proa visible en la Escuela Central de Ciclismo.
En los cuatrocientos metros de longitud de la pista del velódromo bautizado en su nombre el 28 de mayo de 1971 puede registrarse su inmensa obra, legado, la Escuela Central de Ciclismo (25 julio de 1976), bastión cincelado, engranado en los talleres del esfuerzo y aceitado con la formación de ciclistas-hombres exitosos que han podido rebasar las fronteras patrias para instalarse en el nicho de los dioses del Olimpo que conocen la victoria. Hay ejemplos.
Allí no ha estado solo. A su lado, una tórrida, extensa fila de colaboradores, pero en especial una, con base sólida e inquebrantable en ese tándem perfecto y consolidado en la vida desde los años 70, doña Olga Purroy. También, en labor coequipera, grandes aliados, sus cinco hijos: Geisola, Iris, Clementina, Josefina, Héctor e Iván.
Los reconocimientos, condecoraciones, todos. Hay dos en alto relieve, las elevaciones al Salón de la Fama de Caracas y Lara, fuentes en las que usted puede saciar su vida y nosotros reconocer sus virtudes de atleta y hombre de bien.
Salud maestro con amor y valentía
Simón Benito Rodríguez, Mr Fly, seguidor de toda la huella formativa del ciclismo venezolano, recopiló sus andanzas en la obra conocida como Destellos del Ciclismo.
Allí, en la página 85, frases que condensan a grandes trazos la vida y obra de Héctor Alvarado: “Porque Alvarado debe ser en nuestro ciclismo ejemplo de amor propio, valentía y caballerosidad deportivas. Esto lo ha demostrado Héctor siempre… Ojalá lo imitaran los que ahora surgen”.
El nativo de Paya, curioso y meticuloso en el decir y andar, sin querer, en el tiempo, circunstancialmente y en sentido figurado, en frase célebre, se atrevió a responder a Mr. Fly, “Yo sigo en el ciclismo hasta el último aliento”.
Atrevidamente, en sus cien años, podemos decir, usted Maestro tome aliento para otros cien años más.
Escrito por: Frank Depablos Useche / @Frankdepablos1
Fotos: Cortesía